La historia que comparto se produjo en Caballito, donde hicimos de local para enfrentar a Boca, que al día siguiente viajaba a Japón para jugar por la Copa Intercontinental. Por eso siento que la derrota fue un duro castigo, ese día le teníamos que haber roto las patas y no jugaban más.
Después de la bronca y la desilución por el resultado en contra, tuve un regalo inesperado
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